El móvil
sonó en la mesilla de noche. María se despertó, eran las 7.15 de la mañana. Le
daba pereza, pero tenía que levantarse o llegaría tarda a clase. Se vistió,
desayunó, se peinó, cogió la mochila y se fue. Por el camino se encontró con
Sandra.
- Hola,
¿qué tal?
- Bueno,
cansada… ayer llegué tarde a casa. –contestó María.
-¡Uy! ¿Y
eso?
- Pillamos
un atasco.
-
¿Pillasteis?
- Claro,
pillamos. El taxista, Álvaro y yo. –explicó María.
- ¿Álvaro?
¿Quién es Álvaro?
- Un amigo.
–contestó María mientras sus mejillas se ruborizaban.
- ¿Sólo un
amigo?
- ¡Claro!
Nos conocimos ayer. –dijo María riendo.
Llegaron al
instituto. Se sentaron en sus sitios y la profesora entró en el aula. María
habló con ella y luego volvió a su sitio.
- ¿Qué le
has dicho? –preguntó Alexandra, que acababa de llegar.
- Que María
no va a venir hoy porque está en el hospital con su primo.
- Bueno,
con su primo o con el tío de las lentejas. –rió Sandra.
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Me
desperté. Mi primo seguía durmiendo, pero la otra cama estaba vacía. Encima de
la mesita había una nota. La leí:
“A David ya
le han dado el alta.
Una enfermera ha dicho que a tu primo se la darían en unas horas.
Una enfermera ha dicho que a tu primo se la darían en unas horas.
Sobre las
12 o así.
Me he
tomado la libertad de guardar mi número en tu agenda de contactos.
Yo no tengo el tuyo.
Yo no tengo el tuyo.
Espero que
no te haya molestado.
Un beso.
El chico de
las lentejas.”
Sonreí.
Cogí mi móvil y busqué su número por la B de Blas, pero no estaba. Me quedé pensando
y decidí buscar en la L, ahí estaba: “Lentejas”. Me reí tan fuerte que mi primo
se despertó.
- ¿Qué
pasa, María? –preguntó asustado.
- Te van a
dar el alta. A las 12 o así.
- ¿Cómo lo
sabes?
- Soy
adivina. –dije intentando esconder la
nota.
- ¿Qué tienes
ahí? –preguntó señalando mi mano.
- Nada.
Mi primo se
levantó de la cama y me quitó la nota, la leyó y dijo:
- ¿Un beso?
Uy uy uy… este quiere algo.
- ¡¿Qué va
a querer?!
- Ayer vi
cómo te miraba. –Calló un momento. –Y cómo tú lo mirabas a él. Se notaba cierta
química.
Miré al
suelo intentando que no se notara el rubor de mis mejillas. Menos mal que
llamaron a la puerta y una enfermera entró en la habitación.
- ¿Diego?
–preguntó.
- Sí, soy
yo.
- Las
pruebas han salido muy bien. Recoge tus cosas. Te vas a casa.
- ¿Hay que
informar en recepción cuando nos vayamos? –pregunté.
- No, no es
necesario. –respondió la enfermera mientras cerraba la puerta.
Mi primo
metió todo en la bolsa de viaje y abandonamos aquella habitación.
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