Me sequé las
lágrimas y busqué la habitación 66, donde estaba mi primo. La puerta estaba
cerrada y no había nadie en el pasillo. María me dijo que llamase a la puerta,
lo hice pero no respondió nadie. Esperé un momento y abrí despacio. En la
habitación había un chico, pero no era mi primo, era moreno con los ojos negros
como el carbón.
- Hola,
¿sabes dónde está tu compañero de habitación? –pregunté.
- Pues ha
salido hace un momento, creo que iba a buscar a la enfermera.
- Vale,
gracias.
- Si queréis
podéis esperarle aquí, no creo que tarde mucho.
- Vale,
María pasa. –le dije a mi mejor amiga.
María entró
en la habitación detrás de mí.
- Espero que
mi primo llegue pronto.
- ¿Cómo os
llamáis chicas?
- María.
–respondió mi amiga.
- ¿Y tú? –me
preguntó el chico.
- María.
–respondí.
- ¿La dos os
llamáis María?
- Sí, así no
se nos olvidan los nombres. –dije riendo.
- ¿Y tú cómo
te llamas? –preguntó María.
- David.
Llamaron a
la puerta y David respondió para que, quien fuese, entrase en la habitación.
Un chico
abrió la puerta, pero no iba solo, iba con mi primo. Me levanté del sillón en
el que me había sentado, abracé con fuerza a mi primo y le dije:
- Diego, ¿dónde estabas? Me tenías preocupada.
- He ido a
buscar a la enfermera pero me he mareado y estos chicos me han acompañado a mi habitación.
- Gracias.
–les dije.
Me quedé
pensando y al poco caí en que esos eran los chicos del ascensor.
- ¿Ya no
lloras? –me dijo uno de ellos.
Me reí.
- Esa
sonrisa te queda mucho mejor.
Miré hacia
abajo.
- ¿Os
conocéis? –preguntó mi primo extrañado.
- Digamos
que… hemos coincidido en el ascensor, -miró el número de la habitación.- y por
lo que veo también hemos coincidido en el enfermo.
- ¿Cómo? –pregunté.
- Ése que
está ahí tumbado –dijo señalando a David –es amigo nuestro.
- ¿En serio?
¡Qué casualidad! –dijo riéndome.
- Bueno
María, supuestamente veníais a verme a mí, ¿no?
- Sí,
supuestamente. –dijo María.
- Veo que
estás muy bien pero, ¿dónde están los demás? Tus padres, los míos y tal…
- Han estado
aquí pero luego han dicho que iban a buscarte, ¿no te has cruzado con ellos?
- No, hemos
venido en metro. Creo que debería irme a casa, pero no quiero que pases la
noche solo.
- María
estaba empanada, perdida en sus pensamientos.
- Prima es
tarde para que os vayáis en metro. Quedaos aquí.
- Yo voy a
pedir un taxi. Mi madre se preocupará si no duermo en casa. –dijo mi amiga.
- ¿Puedo
acompañarte y pagamos a medias? –preguntó indeciso uno de los chicos.
- Claro,
pero ni siquiera sé cómo te llamas. –respondió María.
- Me llamo
Álvaro. –dijo riéndose.
- Yo soy
María, encantada. Bueno Diego mejórate.
- Eso David,
mejórate. –dijo Álvaro.
Salieron de
la habitación y allí nos quedamos nosotros: David, mi primo, el otro chico, y
yo.